viernes, 26 de julio de 2013

Antología parcial / 93




Hogar de la memoria

Acércate a la lumbre. No tengas miedo. Pasa.
Franquea el umbral del día y entra en ti mismo. Escucha:
afuera el viento arrastra anónimos despojos,
papeles, algas secas sobre las dunas. Lejos
quedan las puras aguas, el mar de ayer. Contempla
romper la espuma turbia sobre la arena; el viento
monótono y mojado sonando entre las cañas
y la humedad trepando por las viejas paredes
como un musgo amarillento o una lenta congoja.

Vuelve al lugar de entonces. Cierra la puerta. Acorda
tu corazón al pálpito secreto de las cosas
que tu reino ensancharon con su cordial latido
e hiciéronte más rico, más humilde, más sabio.

He aquí los viejos libros, tu lámpara, los remos
que antaño fatigaran el torso de las aguas
y hoy empuñan tus hijos con inocente empeño:
la vida reiterándose en su eterno retorno.

Acércate a la lumbre. No tengas miedo. Quédate;
hace frío esta tarde y no hay nadie en la playa.
Ya te has quedado solo, como siempre, y el viento
corre como las horas sin saber dónde, a dónde
caer, por fin, rendido y encontrar reposo.

Mira pasar las nubes tras el cristal, las olas
por siempre reiterándose con el gesto impasible
con que los días restauran su esplendor abolido,
con que la misma vida se repite en tus ojos.

Acércate a ti mismo. Entra en tu pecho. Aspira
el vago aroma antiguo de la leña en otoño
que, ileso, te devuelve al ardor de las horas
más cálidas y vivas. Acércate a la lumbre.
No tengas miedo. Escarba: remueve en la ceniza.
Recuerda aquella música... aquel fulgor, tu casa...
Nada está muerto. Nunca muere nada del todo
mientras la vida aliente en quien feliz fue un día;
mientras la voz lo pueda resucitar cantando.

Un ascua aún arde, pura, al fondo de tus años.

Carlos Clementson: Los templos serenos (1994)

martes, 23 de julio de 2013

Intelectuales



El 31 de mayo de 2003, Jurgen Habermas y Jacques Derrida -dos de los escritores, filósofos e intelectuales más conocidos de Europa- publicaron un artículo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, titulado "Nuestra renovación. Después de la guerra: el renacimiento de Europa", en el que señalaban que la nueva y peligrosa opción de Estados Unidos constituía una urgente llamada de atención para Europa: una ocasión para que los europeos repensaran su identidad común, recurrieran a los valores ilustrados que compartían y adoptaran una posición característicamente europea en el panorama internacional.

La aparición del texto tenía que coincidir con la aparición en toda Europa occidental de artículos similares redactados por figuras públicas de igual renombre: Umberto Eco en LaRepubblica, su colega italiano el filósofo Gianni Vattimo en La Stampa, el presidente suizo de la Academia Alemana de Letras, Adolfo Muschg, en el Neue Zürcher Zeitung, el filósofo español Fernando Savater en El País, y un solo estadounidense, el también filósofo Richard Rorty, en el Süddeutsche Zeitung. Prácticamente en cualquier otro momento del siglo anterior una iniciativa intelectual de esta envergadura, en periódicos tan importantes y con personajes de tanta categoría, habría supuesto un acontecimiento público trascendental: un manifiesto y una convocatoria de lucha que habrían agitado las aguas de la comunidad política y cultural.

Pero la iniciativa de Habermas y Derrida, aunque articulaba sentimientos compartidos por muchos europeos, pasó prácticamente desapercibida. No tuvo cobertura informativa ni tampoco fue citada por sus simpatizantes. Nadie pidió a sus autores que tomaran la pluma y dirigieran la marcha [...] Cien años después del caso Dreyfus, cincuenta años después de la apoteosis de Jean-Paul Sartre, los principales intelectuales de Europa habían hecho una petición y nadie había acudido.
                             Tony Judt: Postguerra, págs. 1122-1123

jueves, 18 de julio de 2013

Poética / Drummond de Andrade


Paul Klee

Procura de poesía  
No hagas versos sobre acontecimientos.
No hay creación ni muerte frente a la poesía.
Ante ella la vida es un sol estático:
no calienta ni ilumina.
Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales
    no cuentan.

No hagas poesía con el cuerpo:
ese excelente, completo y confortable cuerpo tan indefenso
    a la efusión lírica.
Tu gota de bilis, tu máscara de gozo o de dolor en lo oscuro
son indiferentes.
No me reveles tus sentimientos
que se aprovechan de lo equívoco e inducen al largo viaje.
Lo que piensas y sientes, eso todavía no es poesía.
No cantes tu ciudad, déjala en paz.
El canto no es el movimiento de las máquinas ni es el
    secreto de las casas.
No es música oída de paso; rumor del mar en las calles
    junto a la línea de espuma.
El canto no es la naturaleza
ni los hombres en sociedad.

Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza nada significan.
La poesía (no saques poesía de las cosas)
elude sujeto y objeto.

No dramatices, no invoques,
no indagues. No pierdas tiempo en mentir.
No te aborrezcas.
Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,
vuestras mazurcas y supersticiones, esqueletos de familia
desaparecen en la curva del tiempo: es algo fútil.
No reconstruyas
tu sepulta y melancólica infancia.
No osciles entre el espejo y la
memoria en desaparición.
Se disipó: no era poesía.
Se partió: cristal no era.


Penetra sordamente en el reino de las palabras.
Allí están los poemas que esperan ser escritos.
Están paralizados, pero no hay desesperación,
hay calma y frescura en su superficie intacta.
Helos solos y mudos, en estado de diccionario.
Convive con tus poemas antes de escribirlos.
Ten paciencia, si oscuros. Calma, si te provocan.
Espera que cada uno se realice y consuma
con su poder de palabra
y su poder de silencio.
No fuerces al poema a desprenderse del limbo.
No recojas del suelo el poema que se perdió.
No adules al poema. Acéptalo,
como él aceptará su forma definitiva y concentrada
en el espacio.

Inclínate y contempla las palabras.
Cada una
tiene mil fases secretas bajo la faz neutra,
y te pregunta, sin interés por la respuesta
pobre o terrible que le des:
¿Trajiste la llave?

Observa:
Yermas de melodía y sentido
ellas se refugian en la noche, las palabras.
Todavía húmedas e impregnadas de sueño,
fluyen en un río difícil y se transforman en desprecio.

                              Carlos Drummond de Andrade