sábado, 31 de marzo de 2012

Antología parcial / 47





Sonreír con la alegre tristeza del olivo,
esperar, no cansarse de esperar la alegría.
Sonríamos, doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad de ser vivo.

Me siento cada día más libre y más cautivo
en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.
Cruzan las tempestades sobre tu boca fría
como sobre la mía que aún es un soplo estivo.

Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece
como un abismo trémulo, pero batiente en alas.
Una sonrisa eleva calientemente el vuelo.

Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece.
Todo lo desafías, amor: todo lo escalas.
Con sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo.

 
Miguel Hernández: Poemas últimos.


jueves, 29 de marzo de 2012

Sin título


"Es hermoso evitar que otro cometa una injusticia, pero si no, también lo es no ser cómplice de la injusticia"
 
                                                                           Demócrito

lunes, 26 de marzo de 2012

Poética / Pavese



La poesía no nace del our life's work, de la normalidad de las ocupaciones, sino de los instantes en los que alzamos la cabeza y descubrimos con estupor la vida.


La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a su pasmosa habilidad sino a la novedad del descubrimiento que contiene.


La condición de todo impulso poético, por elevado que sea, es siempre una atenta referencia a las exigencias éticas.


La poesía no es un sentido sino un estado, no un comprender sino un ser.


La esencia de la poesía es la imagen.


Amor y poesía están misteriosamente ligados, porque ambos son deseo de expresarse, de decir, de comunicar.


                                                                  Cesare Pavese


sábado, 24 de marzo de 2012

Ni privilegios, ni impunidad



Seguimos todavía sin comprender (y aún nos abochorna) el espectáculo que dio aquella "abrumadora mayoría de diputados" ovacionando durante un buen rato a Juan Carlos I el día en que se inauguraba la décima Legislatura, el pasado 27 de diciembre.
¿Qué aplaudían? Que el Monarca dijera en su discurso navideño que absolutamente todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Pero eso es, si se nos permite la expresión, una obviedad constitucional, ¿no? Sobre todo cuando es el Jefe del Estado quien lo dice. ¿A qué venía entonces el prolongado aplauso de aquellos diputados?
Según un editorial de El País, la ovación evidenciaba el apoyo de los representantes de la soberanía nacional tanto a la figura del Rey como a la institución que encarna. Es posible; pero a nosotros nos dio la impresión de que aquello era una especie de muestra de agradecimiento. ¿Por qué? ¿Por cumplir con sus obligaciones? En seguida desechamos esta idea porque, de ser así, aquellos diputados se habrían comportado como admirados súbditos y no como representantes de la soberanía nacional.
En cualquier caso, aquel suceso nos dejó un mal sabor de boca. Si los diputados sabían -como suponíamos todos- que el Jefe del Estado estaba al corriente de lo que hacía su yerno, ¿por qué en lugar de aplaudir no le hicieron algunas preguntas? Por ejemplo: ¿cómo tardó usted tanto en reconocerlo?, ¿por qué le procuró usted esa salida airosa de mudarse a Estados Unidos?... ¡Eh, eh! ¡Camino vedado! Resulta que, de acuerdo con la Constitución, el Rey no es responsable de sus actos.
¿Cómo es posible una democracia en la que el Jefe del Estado es, por ley, irresponsable, etimológica y políticamente hablando...? Ese estatus, ¿no es acaso un privilegio? Un privilegio como el de no haber tenido que declarar ni justificar la asignación presupuestaria que recibe del erario público.
Por cierto, ¿qué cabe pensar cuando la portavoz del Consejo General del Poder Judicial justifica que no se grabe la declaración Urdangarin ante el juez para no "estigmatizar su imagen" y porque "no todos los imputados son iguales"?
Ayer el Parlamento de Navarra instaba al Gobierno de Mariano Rajoy a que en la llamada Ley de Transparencia incluyese "los mecanismos legales que resulten oportunos" para conocer "la distribución de la cantidad percibida por el Rey con cargo a los Presupuestos del Estado, para el sostenimiento de su familia y Casa, incluyendo rentas y salarios". Pues bien, el anteproyecto de Ley de Transparencia del que ayer mismo dio cuenta el Consejo de Ministros establece la Casa Real como límite de acceso a la información. Según la vicepresidenta del Gobierno, la Casa Real “no es una Administración pública”. ¿Otro privilegio?
Habrá que recordarles a quienes se sientan en el Consejo de Ministros y a aquellos entusiastas diputados que un privilegio es, según la RAE, exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia. Y que en un Estado democrático no caben los privilegios precisamente porque todos los ciudadanos y ciudadanas son iguales ante la ley. Y habrá que recordarles asimismo que en democracia nadie puede sustraerse a sus responsabilidades, empezando por el propio Jefe del Estado (y su familia, claro), a quien habrá que recordarle también que él debe ser absolutamente transparente en su gestión. Alguien debe decir alto y claro que aquí no cabe el privilegio ni la impunidad.
Y ya está bien de apelar a los servicios prestados por don Juan Carlos, como hacía El País en aquel editorial: "renunció en su día a los poderes recibidos, devolvió la soberanía al pueblo español, impulsó el cambio hacia la democracia y la protegió y defendió de los golpistas". Alguien debería recordarle al editorialista y a quienes piensan como él que los poderes recibidos eran ilegítimos, que nadie puede devolver lo que no tiene, que la democracia fue una conquista, que el 23F hizo lo que debía: cumplir con su deber, ¿no?
                                                                  Carlota y rarodeluna

viernes, 23 de marzo de 2012

Auster

 
Fue un 23 de abril de hace ya bastantes años. Lo recuerdo porque esa es la fecha que figura en la entrañable dedicatoria de quien me regaló La música del azar. Hasta entonces, Auster era para mí un nombre, uno de esos nombres con los que te familiarizas cuando frecuentas las revistas y los suplementos literarios. Pero yo no había leído nada suyo. Hasta que ese mismo día, por la noche, cogí la novela, comencé a leer y no paré hasta que Jim Nashe intuyó el final, pisó a fondo el acelerador y cerró los ojos.
En la biografía de un lector hay fechas que están marcadas con una tinta especial, casi indeleble. En mi caso, aquel 23 de abril es sin duda una de esas fechas memorables. Aquella intensa y apasionante lectura no sólo me procuró una experiencia inolvidable: me abrió de par en par las puertas de un mundo narrativo en el que la ficción y la realidad, lo imaginado y lo vivido, lo insólito y lo cotidiano conviven de un modo misterioso e inquietante.
Auster dejó de ser un nombre y se convirtió en un narrador magistral dotado de una rara habilidad para hacer verosímil lo inusitado y lo improbable; para convertir un equívoco, un encuentro casual, un hecho fortuito, una anécdota trivial, en materia narrativa; para inventar historias que se bifurcan tejiendo una extraña red de emociones y experiencias.
 Marcados por la ausencia y la soledad, la incertidumbre y una ineludible sensación de vacío, los personajes que viven esas historias son, en su estatus social, personas aparentemente normales y corrientes. Pero sólo en apariencia. Nashe, Pozzi, Quinn, Fogg, Aaron, Glass, Orr, Zimmer, Brill... son -como advirtió Gérard de Cortanze - seres indecisos, desorientados, solitarios, que asumen personalidades ajenas, que fingen ser otros para sentir que existen, que buscan dar un sentido a su vida.
Pero esto lo fui descubriendo poco a poco, a lo largo de todos estos años. Inmediatamente después de leer La música del azar, busqué y leí sus otras novelas ya publicadas. En la memoria han quedado El palacio de la luna y La trilogía de Nueva York. A partir de entonces acudí puntualmente a la cita con cada una de sus nuevas y sucesivas entregas, entre las que elijo Leviatán, Brooklyn Follies y el arranque de Un hombre en la oscuridad.  Y así, hasta Diario de invierno, que justifica estas líneas y que por cierto no es una novela. ¿O sí?
En principio, se trata de una autobiografía, narrada en segunda persona, que ensancha considerablemente el camino que comienza con El cuaderno rojo, continúa con A salto de mata y, en cierto modo, con la novela alegórica Viajes por el Scriptorium. En este caso son fragmentos autobiográficos, episodios de una vida, que Auster va hilvanando aleatoriamente, sin seguir un orden cronológico, pero con el decidido propósito de descubrir la verdad sobre sí mismo, en tanto que Auster, no como novelista o escritor. "Es un libro sobre mi cuerpo, sobre el placer y el dolor que uno siente", declaró con motivo de la presentación del Diario; el libro de una persona, añadió, “precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior". El resultado es un magnífico autorretrato.
Hay quien sostiene que en los últimos años Auster se ha quedado algo así como bloqueado por la persistente autorreferencialidad de su discurso: Diario de invierno vendría a confirmar ese supuesto anquilosamiento. Es posible. Para el lector habitual de Auster, el Diario..., en cuyas páginas reconoce no pocas historias leídas en otros libros del autor, viene a confirmar algo que intuyó desde el principio, desde La invención de la soledad: que detrás de esa voz que sabe contar historias a la vez que medita sobre la vida y la propia escritura, está la peripecia vital de quien sospecha que cada hombre contiene varios hombres en su interior, y que la mayoría de nosotros saltamos de uno a otro sin saber jamás quienes somos.
                                                                                     Julián


martes, 20 de marzo de 2012

Ser marxista, hoy


"¿Se puede ser marxista hoy? ¿Tiene sentido en el alba del siglo XXI pensar y actuar remitiéndose a un pensamiento que surgió en la sociedad capitalista de mediados del siglo XIX? [...]
[El marxismo es] un proyecto de transformación del mundo realmente existente, a partir de su crítica y de su interpretación o conocimiento. O sea: una teoría y una práctica en su unidad indisoluble [...]
En cuanto teoría de vocación científica, el marxismo pone al descubierto la estructura del capitalismo, así como las posibilidades de su transformación inscritas en ella, y, como tal, tiene que asumir el reto de toda teoría que aspire a la verdad: el de poner a prueba sus tesis fundamentales contrastándolas con la realidad y con la práctica. De este reto el marxismo tiene que salir manteniendo las tesis que resisten esa prueba, revisando las que han de ajustarse al movimiento de lo real o bien abandonando aquellas que han sido invalidadas por la realidad. 

Shyamal Das

Por lo que toca a las primeras, encontramos tesis que no sólo se mantienen, sino que hoy son más sólidas que nunca, ya que la realidad no ha hecho más que acentuar, ahondar o extender lo que en ellas se ponía al descubierto. Tales son, para dar sólo unos cuantos ejemplos, las relativas a la naturaleza explotadora, depredadora, del capitalismo; a los conceptos de clase, división social clasista y lucha de clases; a la expansión creciente e ilimitada del capital que, en nuestros días, prueba fehacientemente la globalización del capital financiero; al carácter de clase del Estado; a la mercantilización avasallante de toda forma de producción material y espiritual; a la enajenación que alcanza hoy a todas las formas de relación humana: en la producción, en el consumo, en los medios masivos de comunicación, etcétera, etcétera.
En cuanto a las tesis o concepciones que habría que revisar para ajustarlas al movimiento de lo real, está la relativa a las contradicciones de clase que, sin dejar de ser fundamentales, tienen que conjugarse con otras importantes contradicciones en la sociedad actual: nacionales, étnicas, religiosas, ambientales, de género, etcétera. Y por lo que toca a la concepción de la historia hay que superar el dualismo que se da en los textos de Marx, entre una interpretación determinista e incluso teleológica, de raíz hegeliana, y la concepción abierta según la cual "la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas". Y que, por tanto, depende de ellos, de su conciencia, organización y acción, que la historia conduzca al socialismo o a una nueva barbarie. Y están también las tesis, que han de ser puestas al día acerca de las funciones del Estado, así como las del acceso al poder, cuestiones sobre las cuales ya Gramsci proporcionó importantes indicaciones. 
Stephen Wilkes
Finalmente entre las tesis o concepciones de Marx y del marxismo clásico que hay que abandonar, al ser desmentidas por el movimiento de la realidad, está la relativa al sujeto de la historia. Hoy no puede sostenerse que la clase obrera sea el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra y exige un sujeto plural, cuya composición no puede ser inalterable o establecerse a priori. Tampoco cabe sostener la tesis clásica de la positividad del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, ya que este desarrollo minaría la base natural de la existencia humana. Lo que vuelve, a su vez, utópica la justicia distributiva, propuesta por Marx en la fase superior de la sociedad comunista con su principio de distribución de los bienes conforme a las necesidades de cada individuo, ya que ese principio de justicia presupone una producción ilimitada de bienes, "a manos llenas".
En suma, el marxismo como teoría sigue en pie, pero a condición de que, de acuerdo con el movimiento de lo real, mantenga sus tesis básicas -aunque no todas-, revise o ajuste otras y abandone aquéllas que tienen que dejar paso a otras nuevas para no quedar a la zaga de la realidad. O sea, en la marcha para la necesaria transformación del mundo existente, hay que partir de Marx para desarrollar y enriquecer su teoría, aunque en el camino haya que dejar, a veces, al propio Marx.
Ahora bien, reafirmada esta salud teórica del marxismo, hay que subrayar que éste no es sólo, ni ante todo una teoría, sino fundamental y prioritariamente, una práctica [...]

Edward Burtynsky
 Es innegable que, a raíz del hundimiento del "socialismo real", se da un descrédito de la idea de socialismo y un declive de la recepción y adhesión al marxismo. Y ello cuando la alternativa al capitalismo, en su fase globalizadora, se ha vuelto más imperiosa no sólo porque sus males estructurales se han agravado, sino también porque al poner el desarrollo científico y tecnológico bajo el signo del lucro y la ganancia, amenaza a la humanidad con sumirla en la nueva barbarie de un holocausto nuclear, de un cataclismo geológico o de la supeditación de los logros genéticos al mercado.
[...]
Puesto que una alternativa social al capitalismo es ahora más necesaria y deseable que nunca, también lo es, por consiguiente, el marxismo que contribuye -teórica y prácticamente- a su realización. Lo cual quiere decir, a su vez, que ser marxista hoy significa no sólo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa, sino también tensar la voluntad para responder al imperativo político-moral de contribuir a realizarla [...]".

Adolfo Sánchez Vázquez
: "¿Se puede ser marxista hoy?" (2004)

domingo, 18 de marzo de 2012

Antología parcial / 46





                       Un arte de la vida

Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tantas euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después, un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes nada. (No consultas
oráculos.) Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
Y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio 
                                                                   [de invierno.

Luis Antonio de Villena: Hymnica (1979)