miércoles, 9 de mayo de 2012

La estupidez



"La humanidad se encuentra -y sobre esto el acuerdo es
unánime- en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de
ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da
cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable.
El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable -y me atrevería a decir estúpido- como fue organizada la vida desde sus comienzos".
Así comienza la segunda parte de Allegro ma non troppo (1988), en la que Carlo M. Cipolla expone su teoría de la estupidez humana.
Aplicando el análisis de costes y beneficios, Cipolla clasifica a los seres humanos en cuatro tipos de personas: Inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos), Desgraciados (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos), Bandidos (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos) y Estúpidos (perjudican a los demás y a sí mismos). Estos últimos constituyen el grupo más numeroso; un grupo sin reglamentaciones, líderes o manifiestos, pero más poderoso y más dañino -dice el historiador italiano- que grandes organizaciones como la Mafia o el Complejo Industrial Militar.
“La estupidez -sostiene melancólicamente Paul Tabori en su Historia de la estupidez humana- es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso”.
Hay quien nace estúpido, pero en la gran mayoría de los casos la estupidez es el resultado de un duro y perseverante esfuerzo personal. Y a ello contribuyen, entre otros factores, el prejuicio, la superstición, el dogmatismo y el fanatismo, como demuestra José Antonio Marina en La inteligencia fracasada.
 En el libro que justifica estas líneas, Lucien Jerphagnon advierte que cualquier ser humano es un estúpido en potencia y subraya la ubicuidad espacial y temporal de este inquietante fenómeno. La estupidez se manifiesta por doquier y en todo momento, en todas las épocas y culturas: los judíos de la época bíblica, los griegos de la época homérica, los romanos de la República o de lo que llamamos el Imperio romano, los poetas italianos de la Edad Media, los eruditos franceses del Renacimiento, los novelistas contemporáneos a Napoleón III, los periodistas de nuestras repúblicas... Todos ellos denunciaron la estupidez, se lamentaron de sus consecuencias y buscaron sus causas, escribe Jerphagnon, que ofrece una amplísima antología de citas a propósito de esta condición de la naturaleza humana.
La prosperidad de una sociedad -concluía Cipolla en su ensayo- depende exclusivamente de la capacidad de los individuos inteligentes para mantener a raya a los estúpidos. En la sociedades en decadencia se advierte por el contrario, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de bandidos con un elevado porcentaje de estupidez. Y entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los desgraciados incautos. ¿Les suena?
Pero no se pavoneen demasiado. Recuerden que, según Cipolla, la probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona. O si prefieren, apunten esta cita de Rabelais: Si no quieres ver a un idiota, rompe el espejo. Pues eso.

                                                                  Claudio

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